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Salir del clóset. Parte 1. Soy pintora.


Siempre, desde que tengo memoria, he querido viajar. Y siempre, desde que tengo memoria, he querido escribir y pintar. Con el tiempo aprendí a buscar las texturas en nuestra realidad para entender que era posible hacer una vida de viajera sin dinero, sin un trabajo estable. Que era posible viajar por largos períodos, sin itinerarios, ni reservas. Esta nueva vida era la vida de mochilera. Que se puede salir de un país con 100 dólares y llegar a otro sin problema. Sobrado, como dirían. Pero aún con esta revelación quise ir un poco más allá y buscar una vida con la conveniencia de mi ritmo. Sin esperar los buses, sin cargar la mochila, saliéndose de la ruta: la vida en el camino. La vida en una van. El nuevo sueño que ahora persigo.


Inicialmente esta vida empezaría con el impulso inicial de unos saludables ahorros, de un colchón para soñar, para comprar la van. En este punto, tengo los ahorros para la Van y no mucho más. En Vancouver, necesariamente mis opciones son limitadas, por lo que ahora puedo vivir estable, comer, dormir pero mi alcancía no está engordándose. Así que en estos días, lentamente, he comenzado a pensar que ya es hora de aprender a formar la vida que quiero tener y a hilar las pasiones que siempre me inspiraron: viajar, escribir y pintar. En vez de trabajar para viajar quiero encontrar el equilibrio de trabajar viajando. De un trabajo movible, maleable, inspirador, remoto. Las únicas cosas que nunca me aburrirán son escribir y pintar. Casualmente, los dos grandes y gordos ejemplos de las profesiones que no generan un céntimo. Y sin embargo, navegando la red virtual y visitando una que otra galería me he dado cuenta que con cierto nivel de “perrenque” todo se puede. Así que quiero que este post sea mi nueva declaración de principios. Y, a la vez, mi salida del clóset, porque sí, soy pintora.


Aunque estudié literatura y tomé innumerables clases de artes nunca me he sentido como escritora ni como pintora. Quizás porque me exijo un nivel muy alto, o quizás porque necesariamente todos los dibujos que hago son apenas un reflejo de lo que quiero que mis manos dibujen. También, en el campo de la pintura, nunca he tenido una constancia que cree un corpus, una obra y por eso nunca me he tildado de artista. Pero últimamente me he dado cuenta que tampoco es que sea algo inalcanzable. En este viaje, libre del peso de estudiar sobre el tema, entendí que ser artista es realmente una profesión de constancia. Permítaseme entonces definir, aplicable a este mundo contemporáneo, lo que significa “artista”: aquel que tiene la constancia de crear. Más allá de los contextos, incidencias y accidentes que produjeron una obra, y los contextos incidencias y accidentes que la hicieron “exitosa”, a la hora de la verdad, libre de todos los prejuicios que nos enseñaron en la universidad, creo que artistas hay muchísimos y son artistas porque están creando constantemente y por eso los saludo y los respeto. Pero aún más, llegó la hora de que me llame a mi misma artista y de pertenecer a esa vasta red de tejedores de imágenes. Evidentemente, y para que no se me indignen lectores, no es que me auto reconozca como artista y listo, magia, impriman las enciclopedias. Más bien quiero que este post sirva como estímulo e impulso al cual yo pueda visitar a lo largo del camino para animarme a seguir adelante. En esta nueva era voy a tener la constancia que nunca he tenido. Voy a crear un corpus y empezar a andar el camino de perseguir una forma.


Y es en esta intersección del camino donde mágicamente uniré esta divagación con el párrafo introductorio para concluir con una revolucionaria perspectiva: voy a vivir de ser artista, ese será mi trabajo movible, maleable, inspirador, remoto. ¿Cómo? Se preguntarán y es que ese ha sido el dilema de los artistas desde el S. XVI (o ponga la fecha de su parecer aquí), pues bien, ayudada del internet, de una idea muy sencilla y, ojalá, de ustedes. La idea no se las voy a contar porque en lo más profundo de mí todavía hay dejos retrógrados que se aferran a nociones como originalidad y esos dejos, también paranoicos, temen que alguien –más talentoso, para colmo– utilice la misma idea. Mi raciocinio progresivo descarta tamaña estupidez con un argumento de open source y la libre circulación de ideas, y luego, para resolver la trifulca termino por decidir que guardaré la sorpresa para cuando, efectivamente, la idea haya sido puesta en práctica y si entonces alguien la toma, pues bien, al menos tendré la sensación de haber abierto el camino.


Pero para terminar, confieso que tengo la esperanza de poder atar estas dos vidas exitosamente teniendo en cuenta que por fin, cuando compre la Van, necesitaré dinero para cubrir los alimentos y la gasolina y nada más. Porque con una hipoteca e hijos los artistas la tienen más difícil. Si ha llegado el momento de ser la artista que siempre quise ser el momento es este, cuando por fin, de a pocos, me libero cuan budista de las posesiones y obligaciones sobre esta tierra para andar dos caminos que ojalá sean uno: el de pintora y el de viajera.

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