top of page

Vancouver: pequeñas diferencias de todos los días.

No me mudé a Katmandú, me mudé a Canadá, que todo el mundo sabe o piensa, es como Estados Unidos, pero diferente. Así que no esperaba demasiada diferencia. Vancouver es una ciudad nueva, que se afana por ser moderna y, de cierto modo, vanguardista. Esto conlleva una falta de carácter histórico, precisamente lo que me gusta de una ciudad, y que en Vancouver toca buscar deliberadamente. Pero también esta contemporaneidad da paso a las pequeñas diferencias que la hacen una ciudad más transitable, más vivible, una ciudad diseñada para esta época acompañada de pequeños detalles que hacen la vida más tranquila, que pasan desapercibidos por los habitantes de esta ciudad, quienes sencillamente no pueden apreciarlos quizás por no tener punto de comparación.


Lo primero de Vancouver es el silencio. A veces pienso que no hay tráfico aún cuando las noticias anuncian tráfico pesado, o me encuentro a alguien que comenta cómo salió temprano para evitar la hora pico. No puedo evitar sentir que no hay carros. Cuando camino entre las calles secundarias los veo: sí, hay carros parqueados en todas partes. Y sin embargo el silencio. Cuando llegué, tardé unos días en encontrar la respuesta: resulta que nadie pita. Es así de fácil. Hay carros, básicamente todo el mundo tiene carro, lo use o no todos los días, pero no se sienten porque la gente simplemente no pita. Así que se escucha el rumor de las llantas contra el pavimento y los carros pasan en silencio. Lo cual está bien, lo apoyo, aunque a veces extraño el ruido, extraño sentir que hay cosas pasando y no que simplemente todo el mundo está en tránsito de la casa al trabajo.


No hay ruidos de ningún otro tipo. Extraño los parlantes anunciando precios increíbles en San Victorino o siquiera el sonido de algún bar barato con reggaetón a todo taco. Aquí las discotecas (porque son discotecas, de las de película) están detrás de fachadas indescifrables así que el sonido no se filtra a la calle. En el bus, todo el mundo está concentrado en sus aparatos de turno, y los que hablan, hablan pacito, para no molestar. Es la ciudad donde todo el mundo respeta el silencio. Y, curiosamente, a veces me encuentro escandalizada cuando algún drogadicto (sí, los hay, de a montones, aunque extrañamente reducidos a una parte específica de la ciudad) grita, o una pareja de habitantes de la calle (¿casualidad que sean los únicos que hacen ruido?) pelea y todos los presentes en silencio reafirmamos nuestro silencio e ignoramos el barullo. Creo que el silencio es contagioso.



Los Vancouverites respetan el silencio, el tráfico y al sistema. Respecto al segundo, aparte de no pitar, todos los días, en la cotidianidad de los conductores sucede repetidas veces la escena en que un carro llega a una señal de PARE. Debajo del PARE hay otro letrerito que indica “4 way” algo así como vía de 4 sentidos y es entonces cuando, en los cuatro sentidos, cada carro para. Los cuatro sentidos se quedan esperando a que alguien avance, pero todos cediendo la vida. La escena dura unos cuantos segundos. A veces cuatro o más carros completamente detenidos. Y cuando por fin alguien se mueve, empieza un elaborado y sincronizado relevo de turnos para avanzar. Me imagino que ésta es la cúspide de la civilización occidental.



Y entonces está el sistema. Pienso concretamente en el sistema de tránsito. (Parece que eso es lo que más me ha dejado Vancouver: un ensayo sobre su tránsito, disculpará el lector.) En el metro los torniquetes están abiertos, el sistema sencillamente confía que cada persona compre su tiquete, pero bien se puede entrar y movilizarse sin pagar un centavo. Claro, existe el rumor de que hay inspectores, y sí, hay gente que trabaja en el metro, pero no he visto que pidan tiquetes. También existe el rumor de que hay gente de Vancouver que nunca ha pagado un tiquete en su vida. A veces, el peso de los inspectores, de una posible multa te hace pagar el tiquete, pero la mayoría de veces no. El sistema confía en el usuario y viceversa. Muchas veces los buses tienen dañada la máquina de los tiquetes, pero en vez de sacar el bus de la ruta, simplemente ponen un letrerito diciendo “fuera de servicio” y la gente sube gratis. Porque pesa más que el bus no esté haciendo la ruta que toda la plata que pierden con la máquina rota.


(Siga nomás)

(Gente desconocida entrando. ¿Habrán pagado su tiqute, picarones? )


El sistema también es la vida que te pintan en HGTV, la versión original de Discovery Home and Health o Life, etc. Va más o menos así: la gente es adolescente, luego crece, consigue un trabajo, una casa y empieza a tener hijos. Porque vaya si hay niños en todas partes. Nunca antes había visto tanta gente embarazada en un mismo lugar, tantos coches, tantos parques para niños. Si hay un adulto caminando fuera del centro de la ciudad, es porque seguramente acompaña a un niño. Todos estos niños que se vuelven las excusas para continuar trabajando, para generar más dinero, para “proveer más para el niño”. Como trampas para continuar la cadena de producción. Niños sin padres, niños con niñeras. Niñeras en todas partes, trabajos de niñeras al por mayor. Los niños tienen completamente asimilada la noción de una niñera como si fuera algo natural del ser humano. ¿Para qué tienen tantos hijos si no tienen el tiempo de cuidarlos? En fin, de cierto modo, Vancouver es la ciudad para niños, ellos son los ciudadanos de primera categoría y parecen ser el eje articulador de las vidas de esta ciudad, aún cuando las familias nunca tienen tiempo para estar juntas.


Pero también, como para ser positivos, hay detalles de una ciudad que se hace querer, que te invita a ser más amable. Como por ejemplo hay una campaña de poesía en los buses: poemas escritos en las paradas de buses y adentro de los mismos (donde normalmente pondrían publicidad) para hacer de la poesía algo de todos los días. En Navidad, también había pequeños postes instalados con muérdago para generar besos casuales en las calles. Y existen pequeñas bibliotecas en las calles, gabinetes con libros adentro que uno puede tomar libremente y al terminar de leer devolverlos o ponerlos en cualquiera de los puntos a lo largo de la ciudad. Pero siento que nadie se da cuenta que los poemas o los libros están ahí, ni mucho menos los leen. Tampoco vi besos bajo el muérdago ni amantes en las calles. Hay algo fundamentalmente frío en Vancouver y todavía no he descifrado si es sólo el clima, la ciudad o su gente.

(Bibliotequita gratis para rotar libros)

bottom of page